En el último mes y medio el catolicismo romano ha acaparado los titulares de todos los medios de comunicación audiovisuales e impresos en el mundo. Las informaciones, opiniones, reportajes, y entrevistas con motivo de la sorprendente dimisión del anterior Papa y la elección de uno nuevo nos han llegado un día si y otro también. En ellas, principalmente las que procedían de las fuentes eclesiásticas católico-romanas, muchos cristianos evangélicos hemos reconocido un cierto lenguaje bíblico, principalmente en las peticiones de muchos cardenales y militantes católicos que expresaban sinceramente su convicción de que el nuevo Papa, como lo habían sido los anteriores, sería el elegido por el Espíritu Santo. Y para que así fuese se celebraron en el Vaticano, pero también en el resto del mundo, miles de misas y se elevaron millones de oraciones, bien seguro que sinceras en su mayoría.
Realmente
fue un acontecimiento bien importante para millones de católicos practicantes,
como para los que se consideran a sí mismos como católicos a pesar de no seguir
los mandamientos de su religión más que de forma esporádica o incluso sin la
menor práctica y devoción. No seré yo quien ponga en duda su sentimiento como
católicos ni su derecho a considerarse como tales y a serlo en realidad. Para
los católicos estaba en juego la elección de su principal figura, el “Sumo Pontífice”, el “Vicario de Cristo en la tierra”, el “Cabeza de la Iglesia”, el “Santo Padre”, el “Primado” de los fieles católicos, y el jefe del gobierno del estado
Vaticano, que es el centro de dirigente de las políticas religiosas, sociales,
políticas, económicas, estratégicas, corporativas y jerárquicas de la
estructura, dicho con el mayor respeto, de la Iglesia Católico-Romana.
Parece
lógico pensar que con una invocación tan multitudinaria y en la que tantos
millones de oraciones se han elevado, estas hayan llegado su destino celestial
y que el resultado saliese conforme a las conocidas promesas de Jesús: “pedid y se os dará” (Mateo 7:7) y
“todo lo que pidiereis en oración,
creyendo, lo recibiréis.” (Mateo 21:22).
Ahora
bien, esas y otras promesas de Jesús, que recogen los evangelios y que todos
los cristianos debemos creer, están sujetas a determinadas reglas que las
Sagradas Escrituras también mencionan en otros pasajes con palabras del propio
Jesús o de los autores inspirados por el Espíritu Santo, que complementan el
cuerpo doctrinal que las hace operativas. En particular, y en lo tocante a la
oración tenemos que citar como básicas las palabras de Jesús recogidas en Juan
15:7: “Si permanecéis en mí, y mis
palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho.”
Es decir, que tenemos que seguir a Jesús y tenerle en cuenta, obedeciendo sus
enseñanzas y mandamientos, para que las oraciones sean respondidas. El apóstol
Juan vuelve a hacer un énfasis semejante cuando escribe en su primera epístola
para tener en cuenta la voluntad de Dios en el propósito para el cual hacemos
nuestras peticiones: “Y esta es la
confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad,
él nos oye”. (1ª Juan 5:14). Debemos pedir, y pedir creyendo, por
aquellas cosas que se conforman a la voluntad de Dios, y esta la conocemos
respetando y obedeciendo las enseñanzas de Jesucristo. Si fallan estos
principios esenciales las peticiones por muy fervientes o multitudinarias que
sean no serán atendidas y en determinados casos ni siquiera llegarán a su
destino. Y es que la obediencia es la base de la fe cristiana. Jesús dijo: “Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo
os mando” (Juan 15:14). Si ignoramos su voluntad o deliberadamente
la desobedecemos y actuamos en rebeldía, la situación cambia radicalmente.
Ahora
vamos a considerar brevemente en la elección del Papa estos principios básicos.
¿Poner a un Sumo Pontífice es una
petición conforme a la voluntad de Dios? Veamos que dice el diccionario de la
Real Academia que significa el término “sumo”.
“(Adjetivo) Supremo, altísimo o que no
tiene superior. Es decir que sumo es “uno” y “que no tiene superior
alguno”. Jerónimo usó en su traducción llamada Vulgata el término “sumo
pontífice” para traducir el termino griego Hiereus (sumo sacerdote).
El
sumo sacerdote bíblico es una figura establecida en el pacto mosaico. Era un
personaje único en la estructura del sacerdocio. No podía haber dos al mismo
tiempo. Incluso en los tiempos en que vivió Jesús el cargo llegó a ser
rotativo, pero nunca podía haber más que uno a la vez (Juan 18:13). En
la epístola a los Hebreos el autor se extiende en la explicación comparativa de
los dos pactos y como el Nuevo Pacto, el que fue establecido por Jesucristo a
través de su sacrificio, es superior al Pacto que Dios había hecho con el
pueblo de Israel a través de Moisés. En varios de sus capítulos se comparan sus
principales figuras. Una de ellas la del Sumo Sacerdote. El autor demuestra que
Jesús es el Sumo Sacerdote para todos aquellos que creen en él, y también
describe sus principales virtudes. Jesús es presentado como “EL” Sumo
Sacerdote de nuestra fe. Hebreos 4:14 “Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos,
Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión.” Hebreos 7:26 “Porque tal sumo sacerdote nos convenía:
santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que
los cielos”; Hebreos 3:1 “Por
tanto, hermanos santos, partícipes de una vocación celestial, considerad al
apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra fe, a Jesús.” De tan rotundas
afirmaciones solo se puede concluir que si otro usurpa su lugar es a base de
discutirle o negarle el puesto al que lo tiene.
Pero
el título de Sumo Pontífice que
emplea el Papa, ni siquiera procede de la pretensión de ostentar en la tierra
el papel de Jesucristo, ni de hacer pervivir el sacerdocio judaico, sino que
sus raíces son paganas. El Pontifex Maximus era el líder de la religión
que los paganos seguían en el pueblo romano y fue el primer usuario conocido
del cargo un tal Numa Pompilius que vivió unos 700 años antes de
Jesucristo. Siglos más tarde el titulo pasó al emperador como cabeza de la
religión pagana predominante en el imperio romano, con la paradoja, por
ejemplo, de que Constantino que convocó el concilio cristiano de Nicea, era a
la vez el Sumo Pontífice oficial de los paganos. Fue Flavio Graciano el
emperador que a finales del siglo IV renunció al título de Pontifex Maximus, y
desposeyó a los sacerdotes paganos de sus privilegios. Casi cincuenta años más
tarde a León I le pareció que como obispo de Roma él título vacante lo
debía ostentar él. Y desde entonces los Papas son coronados con tal dignidad.
En
fin, que sea por usurpación de la función exclusiva de Jesucristo que le otorga
en la Biblia la epístola a los Hebreos, o sea por lo que significa de herencia
pagana, no parece que la voluntad de Dios ni la fidelidad a Jesucristo permitan
suponer que el Espíritu Santo quiera participar en que alguien ostente tal
título.
Consideremos
ahora otro de los títulos del Papa, el de “Santo
Padre”, quizás el más popular en nuestros tiempos, y veamos si
permaneciendo en las palabras de Jesús ese título, aunque sea honorífico,
podría ser del agrado del Espíritu Santo para conceder la petición de que
dirija la elección del que lo va a llevar. Dijo Jesús en Mateo 23:9 “Y no llaméis padre vuestro a nadie en la
tierra, porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos.” Por
supuesto se refiere a llamar padre en un sentido externo al ámbito familiar.
Parece claro que Jesús no puede ser más explícito, y que adjudicar a alguien
ese nombre disgusta a nuestro Salvador, porque eleva a una criatura a una
posición que, como dijo Jesús, solo a Dios el Padre corresponde.
En
tercer lugar, la figura del Papa pretende ser el que ostenta el “Primado”. Este término está derivado
del vocablo latino “primas, atis”, o
sea que significa el que tiene el primer puesto en la iglesia de Cristo. Veamos
que dice la Palabra de Dios en Romanos 8:29 “A los que antes conoció, también los predestinó para que fueran hechos
conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos
hermanos”. Leemos que no hay más primogénito, por lo tanto más primado que
uno, y este no es otro que el mismo Señor Jesucristo. Cualquiera que se nombre
a sí mismo, o permite que le nombren con tal dignidad lo está haciendo a costa
de quitarle la “singularidad” de la primogenitura de Cristo, tarea que no debe
agradar mucho al Espíritu Santo como para involucrarse en ella.
En
cuarto lugar, el Papa es para los católicos la “Cabeza de la Iglesia”. Veamos qué es lo que piensa de esto el
propio Espíritu que inspiró a los autores sagrados para que nos legaran los
contenidos doctrinales de la iglesia. Efesios 1:22 “Y sometió todas las cosas debajo de sus pies, y lo dio por cabeza sobre
todas las cosas a la iglesia.” Colosenses 1:18 “Él (Cristo) ES también la
cabeza del cuerpo que es la Iglesia”. Notar en este texto que el verbo está
en tiempo presente, por lo tanto no puede haber otra cabeza que no sea la de
Cristo, y para que el Papa fuese la cabeza, Cristo tendría que dejar de serlo.
En
quinto lugar, la pretensión de la iglesia católica es que el Papa es el “vicario de Jesucristo en la tierra”. Es
decir el que hace las veces o tiene los poderes y facultades de otra persona a
la que sustituye. Sin embargo Jesucristo dijo que cuando él se fuese a los
cielos el que tendría ese papel era el Espíritu Santo, a “quien el Padre enviaría EN SU NOMBRE, y no ninguna criatura humana.
En Juan 14:26 leemos sus palabras: “Pero
el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os
enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que yo os he dicho.”
Finalmente
encontramos también una cierta contradicción en el hecho de que en el
“organigrama operativo” de las iglesias, y de la Iglesia con mayúscula, que el
Espíritu Santo nos legó dentro de las Escrituras, no menciona para nada una
figura como la del Papa. Pero tampoco las de sus electores, los cardenales, de
entre los cuales debe ser elegido. Veamos los puestos que aparecen en la
epístola de Efesios 4:11-12, en las mismas versiones más utilizadas por
la iglesia católica, la Nácar Colunga, y la de Jerusalén: (NC) “y Él constituyó a los unos apóstoles, a los
otros profetas, a éstos evangelistas, a aquéllos pastores y doctores, para la
habilitación de los santos en orden a la obra del ministerio, para la
edificación del cuerpo de Cristo”. (Jer) “El mismo dio a unos el ser apóstoles; a otros, profetas; a otros,
evangelizadores; a otros, pastores y maestros, para el recto ordenamiento de
los santos en orden a las funciones del ministerio, para edificación del Cuerpo
de Cristo”. El pronombre personal “Él” que aparece en este versículo se
refiere al mismo Señor Jesucristo. Vemos que aquí no hay mención alguna a
papas, cardenales, arzobispos, y no dejarían de ser mencionados si tales
figuras fuesen necesarias “para el recto ordenamiento de los santos para la
edificación del cuerpo de Cristo, que como hemos visto es Su Iglesia”. No es
arriesgado afirmar que estos textos bíblicos no son desconocidos por los
propios cardenales que aceptaron en su día ser nombrados para tales cargos, que
están fuera del orden bíblico. No solo eso, sino que además se prestan para
elegir de entre ellos a otro de mayor rango que está igualmente fuera del
organigrama diseñado y revelado por el Espíritu Santo. Esta misma convicción y
conocimiento debería ser común a todos los fieles católicos ya sean clérigos o
laicos, porque desde los cánones vigentes del Concilio Vaticano II tienen
impuesta la necesidad de conocer las Sagradas Escrituras (Conc. Vaticano II.
Const. Dei Verbum, cap. 4, art. 25: “La sagrada Escritura en la vida de la
Iglesia”).
Pero
además de todo lo que hemos considerado, el propio organigrama jerárquico
vertical, que desde hace siglos mantiene la iglesia católica romana en su
estructura, tampoco se sujeta en obediencia a las instrucciones claramente
expresadas por Jesucristo: Mateo 20:25 “Entonces Jesús, llamándolos, dijo: Sabéis que los gobernantes de las
naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas
potestad. 26 Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera
hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, 27 y el que quiera
ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; 28 como el Hijo del
Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en
rescate por muchos.” Con claridad Jesús dijo que el organigrama con el que
los poderes de este mundo operan jerárquicamente están excluidos de la forma en
la que Él quiere que funcione su iglesia. Cualquier persona honesta debe
reconocer que en la estructura católico romana no se obedece esta voluntad
manifestada inequívocamente por Jesús. Alguien pensará y con razón que en
muchas evangélicas y protestantes tampoco lo hacen, pero a eso dedicaré un
próximo artículo. Además el mal de muchos solo le vale de consuelo a los
necios, y por eso ya Salomón escribió hace casi treinta siglos en Proverbios
12:15 que “el necio opina que su
camino es derecho, pero el sabio obedece el consejo.”
Así
que imparcialmente debiéramos concluir que la pretensión de que el Espíritu
Santo haya participado en la elección de este Papa, o de sus predecesores,
carece de toda base. Dios, quiere obediencia antes que sacrificios (1ª
Samuel 15:22 “Mejor es obedecer que
sacrificar; prestar atención mejor es que la grasa de los carneros.”), y
también quiere obediencia antes que peticiones y oraciones. Y hemos visto que
en las atribuciones propias de la figura papal no se ha respetado y obedecido
la voluntad de Dios, ni han prevalecido las palabras de Jesús claramente
expresadas y contenidas en las Sagradas Escrituras. Esto es, por otra parte,
algo asumido ya de facto por la propia iglesia católica al aceptar que a pesar
de que todos los participantes oran antes y durante el cónclave para pedir que
el Espíritu Santo les guie a la hora de elegir correctamente a su candidato, y
que hay millones de católicos orando alrededor del mundo en el mismo sentido,
la simple posibilidad de que haya una “fumata
nera” ya presupone que los cardenales no votan guiados-impulsados por el
Espíritu Santo, pues de hacerlo sería unánime y la “fumata” sería “bianca” a
la primera. Y algunos sujetos impresentables no hubieran llegado a tal
condición a lo largo de la historia de la iglesia católica romana. Esta
crítica, si alguien lo entiende así, no es en ninguna manera ad hominem, sino
que es escrita con carácter general, independiente de quien sea el elegido y
los electores.
Pablo Blanco
25-03-2013
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