Hace muchos años que tuve una conversación que me rompió los esquemas con
los que yo había estudiado y compartido el evangelio y las enseñanzas bíblicas toda mi vida hasta entonces.
En un momento del debate, cuando yo apelé a los contenidos de la “sana doctrina”, mi
interlocutor, un pastor con un reconocido curriculum en teología de un seminario
americano prestigioso, con una sonrisa condescendiente, me dijo: “Pablo, la
sana doctrina NO EXISTE. Existe la sana doctrina de las asambleas de hermanos,
la de los bautistas, la de los pentecostales, presbiterianos, luteranos, calvinistas
y hasta la de los católicos. Cada grupo cree que su doctrina es la sana, por
eso la sigue, y vive la fe de acuerdo a los principios doctrinales en los que
cree.”
Aquello me sentó como un tiro. Toda mi vida
creyendo y pensando en una sana doctrina OBJETIVA,
(1Tim. 1:10; 2Tim. 4:3, Tito 2:1), afirmada en las Escrituras, revelada y
preservada por el Espíritu Santo, y me acababan de arrojar a la cara lo que una 'realidad indiscutible' parece demostrar (si la tuviera que contemplar desde el entorno cristiano
en que me ha tocado vivir, y reafirmarla con la historia de las diferentes ramas
y denominaciones cristianas). Sentí que todas ellas en una Babel interminable
junto sus particulares seminarios, sus biblias de estudio denominacionales, sus
maestros, comentaristas bíblicos, autores, me recordaban un escenario en el que
yo tenía que afiliarme a “una de las sanas doctrinas denominacionales”, y conformarme
en ella, porque no había otra salida. La praxis del mundo cristiano en general
y del protestante en particular declara que UNA SANA DOCTRINA OBJETIVA NO EXISTE, LA “SANA” DOCTRINA ES SUBJETIVA.
Por supuesto que nunca he sido una persona que
se rinda, ni siquiera ante la historia, ni por la realidad de los hechos. Yo
sabía y sé en quien he creído, y sé que Dios no es la causa de la división, de
la fragmentación, del enfrentamiento en ocasiones fratricida, a causa darnos una
revelación subjetiva, manipulable, opinable, manejable al antojo de intereses
diversos, y todo ello basado en partes de Su Palabra. De la misma forma que sé que
Su Palabra es inerrante e inspirada y preservada. Como Dios de verdad, solo
podía darnos una “palabra de verdad” (2Tim. 2:15; Rom. 15:8) una sana doctrina
objetiva, firme y verdadera, una roca sostenible y perdurable sobre la que
asentar nuestra fe, para resistir los embates del enemigo. Y que han sido los hombres los
que han tratado de cambiar la verdad de Dios, en ocasiones torcida por indoctos
e inconstantes, en otras intencionadamente por la operación errática de inicuos
(2Ped. 3:16-17), en otras por los intereses avariciosos de falsos profetas y
maestros (2Ped. 2:1-3; Ef. 4:14), y en
otras por operaciones satánicas de error (Mat. 24:5, 24).
Por un tiempo estuve dándole vueltas a ésta cuestión. Si no podemos
afirmar una sana doctrina objetiva, y la fuente es la verdad, algo está
fallando necesariamente en la hermenéutica, que es el nombre que se le ha dado
a la ciencia que estudia las reglas de interpretación.
No voy a decir que haya descubierto nada que no esté al alcance de
cualquiera en las Sagradas Escrituras, pero debo confesar que en lo que había
leído antes, nunca lo encontré expuesto de forma clara que hay una Regla Básica,
yo creo que además es la primera y más importante de la hermenéutica cristiana, y es la
que establece que: cualquier
enseñanza de Jesús es absolutamente dogmática y prevalente. No puede ser
anulada, sustituida, cambiada, modificada, reducida, ampliada o ignorada, por
lo escrito por ningún otro autor bíblico. Sencillamente porque
las enseñanzas de Jesús componen cada una de ellas, y en su conjunto, “el contenido del evangelio de
Jesucristo” (Mt. 4:23; 9:35; Mr. 1:15; Lc. 4:43: 8:1, etc. etc.).
Solo hay un evangelio, y es el de Jesucristo.
Jesús dijo en Jn. 8:3 “Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; 32 y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.” Y esos mismos contenidos y enseñanzas que Jesús pronunció en su mensaje desde el del principio, eran los mismos que los apóstoles tenían que vivir, enseñar y predicar (Mt. 28:20: “…enseñándoles que guarden TODAS LAS COSAS que os he mandado”).
Hay pues un único evangelio, el de Jesús, y es el mismo evangelio
que predicaban los apóstoles, incluido Pablo antes de escribir epístola alguna
(Hch_15:35 “Y Pablo y Bernabé continuaron en Antioquía,
enseñando la palabra del Señor y anunciando el evangelio con otros
muchos”.) Y es el mismo al que se refiere en 2Co_11:4 “Porque
si viene alguno predicando a otro Jesús que el que os hemos
predicado, o si recibís otro espíritu que el que habéis recibido, u
otro evangelio que el que habéis aceptado, bien lo toleráis…)
del que Pablo escribió: Gál 1:7-8 “No que haya otro, sino que hay algunos
que os perturban y quieren pervertir EL EVANGELIO DE CRISTO. Más si AUN NOSOTROS,
o UN ANGEL DEL CIELO, os anunciare OTRO EVANGELIO DIFERENTE
del que os hemos anunciado, SEA ANATEMA.” Es decir, que
Pablo viene a decir a los creyentes en Cristo que no se puede aceptar de nadie,
NI DE EL MISMO (obviamente
manipulando sus palabras o sus escritos), contenidos que cambien lo que
Jesucristo enseñó.
Así que cualquier pasaje de la Sagrada Escritura que empleemos, ya
sea del Antiguo como del Nuevo Testamento, se tiene que interpretar a la luz
de cuanto Jesús enseñó y dijo, pero nunca al revés, como hacen muchos que tratan de interpretar las
enseñanzas de Jesucristo a la luz de lo que han escrito los apóstoles o
profetas.
Cuando Jesús se
transfiguró, aparecieron acompañándole Moisés y Elías. Pedro en un arrebato en
el que no sabía lo que decía (Lc.
9:33), pretendió poner al mismo nivel (de enramada) a Jesús con aquellos dos
relevantes personajes tan venerados por los judíos. “Pero entonces vino una
voz del cielo que dijo: Este es mi Hijo amado; A ÉL OID”.
(Lc. 9:35). Y automáticamente desaparecieron tanto Moisés como Elías. (Mar 9:8 Y
luego, cuando miraron, no vieron más a nadie consigo, sino A JESÚS SOLO.)
Cuando el apóstol Pablo escribe (según las fuentes de los padres de la Iglesia) la epístola a los Hebreos, probablemente su última epístola canónica, ya había escrito otras antes, sin embargo la encabeza con un texto singular: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo.” No dice, en estos postreros días nos ha hablado por el Espíritu Santo, y a través de sus apóstoles, sino que la revelación de Dios concluye en el Hijo. Y es que del propio Espíritu, Jesús dice: Jn. 14:26 Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho. Jn 16:13 Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. 14 El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. 15 Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber.
Esta es, pues,
la primera regla de la hermenéutica, y que supedita a todo lo demás. LO
QUE JESUS ENSEÑÓ ES INCONMOVIBLE, y no se puede traer ni de Pedro, ni
de Pablo, ni de Juan, ni de Santiago, ni de los profetas, ni de la ley, ni
juntos o por separado para cambiar ni una coma de todo aquello que él Señor
enseñó y dijo. Y cuando aplicamos esa regla nos damos cuenta de que las
diferencias teológicas proceden de traer en parte o en conjunto, textos de
otros autores y saltarnos a la torera lo que Jesús declarara al respecto.
Hace unos pocos
años, comentando con un hermano sobre una determinada doctrina en la que no
concordábamos, hice pasar el filtro de esta primera regla hermenéutica, y su
posición, muy apoyada por reputados comentaristas y teólogos, no pasaba el
listón. Jesús había enseñado otra cosa diferente. El hermano me dijo que él no
estaba de acuerdo con que aquellas cosas que no estaban claras o que tenían
distintos puntos de vista se sometieran al juicio definitivo de las enseñanzas
de Jesús. Sino que él practicaba la regla hermenéutica de que “lo oscuro ha de interpretarse a la luz
de lo claro”.
A primera vista parece muy difícil rebatir intelectualmente algo como eso. Y, sin
embargo, es uno de los más frágiles
principios para la hermenéutica, y el que ha dado lugar a la mayor parte de
las más variadas interpretaciones de la Biblia, incluso de las peores.
¿Dónde está el error (“lo oscuro
ha de interpretarse a la luz de lo claro”)?, pues en que ese principio
convierte una verdad objetiva en subjetiva. El que determina que cosa
es oscura y que cosa es clara es cada persona, o cada teólogo, o cada
denominación, no Dios. Ahí justamente está el problema de “una sana doctrina
subjetiva”, que por supuesto no es la sana doctrina “objetiva” que tenemos en
la Biblia.
Voy a ilustrar con unos ejemplos: para los
Testigos de Jehová, que niegan la divinidad de Jesucristo, aquellos textos que
sin género de dudas declaran que Jesús es Dios, son textos oscuros;
mientras que los que parecen que lo ponen en duda, son los claros. Así
que ellos y sus teólogos interpretarán los primeros a través del contenido de
los segundos. De ahí sacan su “sana doctrina”. Los adventistas hacen lo mismo
con “el sábado” o “con la necesidad de guardar la ley de Moisés”. Y lo mismo
sucede con la mayoría de las denominaciones diferentes, incluidas las Asambleas
de Hermanos en sus particularidades exegéticas.
Si tuviera que poner una etiqueta de declaraciones doctrinales claras u oscuras por pasajes, desde luego en las enseñanzas de Jesús tendría pocas oscuras (a Jesús se le entiende muy bien en lo que enseña, y a veces él mismo interpreta para los discípulos, y por extensión para nosotros, las enseñanzas que estos no comprendían), mientras que el porcentaje sería diferente, por ejemplo, en las epístolas de Pablo. No es un prejuicio, sino la constatación de un hecho que hizo que el propio apóstol Pedro, que ya hemos citado antes, cuando declaraba:
2Pe 3:15 Y tened entendido que la
paciencia de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro amado
hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha
escrito, 16 casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas
cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender,
las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las
otras Escrituras, para su propia perdición. Es decir, que incluso para
Pedro, escribiendo inspiradamente, las cosas difíciles de entender que
contienen las epístolas de Pablo, cuando son mal entendidas o retorcidas de su
significado verdadero, pueden conducir incluso a la herejía de ignorantes
(los que no saben) o inconstantes (los que leen y llegan a conclusiones
precipitadas).
Pero el propio Pablo aconseja a Timoteo no juntarse con quienes no se sujetan a la infalibilidad de las palabras de Jesucristo (1Ti 6:3-5 Si alguno enseña otra cosa, y no se conforma a "las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo”, y a la doctrina que es conforme a la piedad…), porque apartarse de ellas es una fuente de delirios, disputas y hasta blasfemias y contiendas.
Pero el propio Pablo aconseja a Timoteo no juntarse con quienes no se sujetan a la infalibilidad de las palabras de Jesucristo (1Ti 6:3-5 Si alguno enseña otra cosa, y no se conforma a "las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo”, y a la doctrina que es conforme a la piedad…), porque apartarse de ellas es una fuente de delirios, disputas y hasta blasfemias y contiendas.
Esto no es una cuestión de
inspiración de mayor o menor grado. Toda la Escritura es inspirada. No está en
disputa la autoridad de la fuente, sino a través de quien tengo que interpretar
la revelación. Si la regla de interpretación es entender a Jesús a través de lo
que dijo Moisés o Pablo, o al revés. Y yo he entendido y creído definitivamente
que Jesús es quien tiene la última palabra, y la plena autoridad. Mat 28:18 Y
Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y
en la tierra. Claramente él se puso por encima en ocasiones, como
cuando dijo: Fue dicho, pero yo os digo… (Mt. 5:27-44). Es decir,
dijera lo que dijera Moisés, por supuesto inspirado, y no hay error en el
texto, lo que dice Jesús tiene la autoridad determinante. Y no se trata de que
lo que dijera Moisés fuera deficiente, o careciese de la inspiración divina.
Pero cuando Jesús habla, esto hay que hacer, y los contenidos apostólicos del
Nuevo Testamento, como los proféticos del Antiguo tienen que armonizarse
apuntando a la misma dirección, nunca al revés. Como muy acertadamente dijo Marcos Vidal en una prédica: "Sacas a Cristo del centro y tienes una secta cristiana. El cristianismo como movimiento con múltiples perspectivas, y todas tratan sobre algo de Cristo, pero desvían a Jesús del centro y enfocan en otras cosas como centro esencial. Ya sean normas, formas de vestir, cosas que comer o no comer, días de reposo, o hasta una ética social."
Jesús mismo fue quien dio la
explicación a los discípulos de Emaús de los textos del Antiguo Testamento, que
sin duda ellos ya conocían, pero explicados por los rabinos, que hacían su
hermenéutica tomando textos de un lado y de otro. Cuando tenemos en cuenta las
enseñanzas de Jesús como pilar de la revelación, es maravilloso constatar que
los apóstoles enseñaban exactamente lo mismo que Jesús, y no otra cosa
diferente.
Ahí radica la importancia del método hermenéutico. Cuando el método se basa en la subjetividad fallará más que una escopeta de feria, porque tienen el punto de mira desviado y el cañón torcido. Si además, en lugar de un cartucho pongo un chicle, es imposible dar en el blanco y cobrar una pieza. Y aún con el método adecuado es posible errar el blanco, porque aunque la escopeta esté perfectamente calibrada, las balas sean las correctas, el cazador tiene que alcanzar un grado de pericia para usarla acertadamente, y eso lleva tiempo, paciencia, dependencia y gracia de parte de Dios. Y a veces es necesario disparar errando, pero perseverar entrenando muchas veces hasta ir aproximando cada vez más el tiro.
Ahí radica la importancia del método hermenéutico. Cuando el método se basa en la subjetividad fallará más que una escopeta de feria, porque tienen el punto de mira desviado y el cañón torcido. Si además, en lugar de un cartucho pongo un chicle, es imposible dar en el blanco y cobrar una pieza. Y aún con el método adecuado es posible errar el blanco, porque aunque la escopeta esté perfectamente calibrada, las balas sean las correctas, el cazador tiene que alcanzar un grado de pericia para usarla acertadamente, y eso lleva tiempo, paciencia, dependencia y gracia de parte de Dios. Y a veces es necesario disparar errando, pero perseverar entrenando muchas veces hasta ir aproximando cada vez más el tiro.
En otros temas
doctrinales que publicaré en los próximos meses, veremos como pasar una
doctrina por el filtro de la enseñanza de Jesús deja muy claro el resultado. Y
por otra parte, veremos lo que algunos teólogos famosos decidieron hacer al ver que sus interpretaciones preconcebidas chocaban frontalmente contra lo
que los evangelios recogen de las enseñanzas de Jesús, y como no podían
ocultarlo, echaron a Jesús fuera de la Iglesia y lo confinaron junto con sus
enseñanzas en el estadio del futuro reino milenial. Esto fue lo que hicieron los dispensacionalistas de la línea dura de Scofield y Lewis S. Chafer, como se puede leer en muchas de las notas de la Biblia de Estudio de Scofield, y la mayoría de los alumnos que salieron durante años y por todo el mundo formados en el Seminario Teológico de Dallas.