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miércoles, 11 de diciembre de 2019

LA TRADICION CRISTIANA DEL ARBOL DE NAVIDAD

EL ARBOL DE NAVIDAD




Al llegar diciembre nos encontramos con cantinela de todos los años. Así que vuelvo a enlazar mis artículos como cada año, ya que siempre nos bombardean sobre todo los Testigos de Jehová con su misma tontería anual.

El origen del árbol de navidad en la tradición protestante.

El árbol de navidad es sentado en el rincón de los acusados sin ningún sentido. Se le ha asociado a la celebración originada por el mito babilónico de la resurrección de Tammuz. La evidencia, el uso de un árbol en el culto a dicha deidad. Eso no es concluyente. Si un sujeto ocupa una Biblia no lo hace cristiano de cuajo. Pero algunos dirán: “ Hermano, hay evidencia bíblica… Jeremías 10:1-5, allí Dios condena el culto a los árboles”.

Eso es literalmente sacar un texto de su contexto, puesto que se condena el uso de un árbol casi dos mil años de que se originara el árbol de navidad. Además, quienes siendo cristianos colocamos un árbol de navidad no hacemos un culto dirigido a él. Creo que eso lo tenía bastante claro quien creó el árbol de navidad, a quien, estoy seguro, ningún cristiano reformado se atrevería a acusar de “pagano”. Me refiero a Martín Lutero.

Cito un artículo que da cuenta del momento del origen:

“Era una tarde fría del invierno de 1536 en el denso bosque Alemán. Martín no notó que el sol gradualmente se estaba ocultando y el cielo fue oscureciendo. Sus pensamientos estaban centrados en el sermón que estaba preparando, pero los aullidos de lobos y otros animales empezaron a dejarse escuchar. Martín se sintió atemorizado, e hizo una oración para pedir ser confortado. Continuó caminando y orando a Dios no encontrarse en el camino con algún animal salvaje. De pronto Martín vio hacia arriba y observó un precioso y centellante cielo entre los árboles del bosque. ¿Qué podrá ser?, se preguntó, ¡Estrellas!, él estaba concluyendo que en medio de esa noche oscura, estaba contemplando luces del cielo guiándole y confortándole, al igual que aquella estrella que guió a aquellos sabios la primera Navidad. ‘Qué espléndido tema para un sermón pensó él’.

Martín Lutero sonrió ante aquel espléndido cielo, y no tuvo más temor. Sintiéndose más seguro, buscó alrededor un pequeño árbol que pudiera llevar a casa. Encontrando uno, lo cortó y llevó a su hogar. Muy pronto llegó Martín salvo a su casa, y rápidamente preparó aquel pequeño árbol, esperando darle una sorpresa a su familia. Martín decoró aquel árbol con candiles que se encontraban en el candelero que tenía en la mesa de centro, reunió a su familia y les narró la experiencia que había tenido en el bosque. “En el momento en que estaba atemorizado, vi las estrellas parpadeando entre los árboles, como si Dios me estuviese diciendo: ‘No temas, porque yo estoy contigo’. Entonces me di cuenta del tema de mi sermón: ‘La luz de Dios brilla en la noche más oscura para cada uno, pero a menudo tenemos que mirar hacia arriba para verla’”

Reunido con su familia, Lutero oró de la siguiente manera: “Padre celestial, tú diste a tu Hijo para ser la luz del mundo. Tú hiciste que tu Hijo naciera en un cuerpo humano, para mostrarnos tu amor. Te agradecemos por tu Hijo y por estas señales de tu amor. Nosotros oramos que mientras veamos estas preciosas luces en los árboles de Navidad, y todas las maravillosas demostraciones de esta época, seamos recordados de tu amor mostrado a nosotros en tu Hijo”

Lutero no vio el árbol dedicado al culto de Tammuz, ni los árboles usados para la adoración de ídolos que condenaba el profeta Jeremías. Estaba viendo un símil con el árbol de la vida. Vida que es restaurada por el Salvador del mundo.

Esta tradición, que se inició en Alemania, se esparció por toda Europa, y en 1841 la realeza de Inglaterra decoró por primera vez el Castillo de Windsor con un árbol de Navidad.

lunes, 2 de diciembre de 2019

¿Debemos celebrar la Navidad?

¿Debemos celebrar la Navidad?

11 - Enero - 2012
 


     Es cierto que Jesús nunca mandó recordar su nacimiento, sino su muerte a través del pan y el vino. Y también es cierto que en el Nuevo Testamento no encontramos ninguna instrucción ni noticia de que las iglesias celebrasen el nacimiento de Jesucristo. Aquí se acaba pues en términos bíblicos la cuestión.

     Ahora bien, en el Nuevo Testamento tampoco se nos relatan todas las actividades que celebraban los cristianos. Por ejemplo, cuando en el libro de los Hechos de los Apóstoles vemos a la iglesia de Jerusalén muy apegada al Templo, no sabemos de qué cosas de las que celebraban los judíos ‘del templo’ participaban y de cuáles no. Sabemos que seguían muy apegados a la ley mosaica, y que por ejemplo cumplían algunos rituales de ‘purificación’ que Jesús tampoco había establecido y, que además, en el Nuevo Pacto carecían de significado espiritual (Hech. 21:20-26), tanto para judíos como para gentiles, porque en Cristo tal división quedó eliminada (Gal. 3:28, Ef. 2:14). Pero una parte de la tradición seguía siendo observada por aquella iglesia, que no era cualquier iglesia, sino la principal en aquellos momentos.

     Por la historia, sabemos que la primera fiesta que los cristianos celebraron fue la Pascua (que como tal, en la actualidad, no se celebra de forma mayoritaria, aunque en muchos lugares los hermanos aprovechan los días festivos de la llamada Semana Santa para tener reuniones especiales) porque en esa fecha había muerto y resucitado el Salvador. Pero también hubo muchos debates en las iglesias de finales del siglo II sobre la fecha de su celebración, pues no había un acuerdo general, y es que los judíos habían cambiado la forma de calcular el tiempo de la Pascua unos pocos años antes, así que en el Concilio de Nicea (año 325) se aprobó un canon para unificar esa fiesta que tanto debate había ocasionado, sobre si debía calcularse como antes de la reforma judía o como después de ella.

     Las noticias de la celebración del nacimiento del Salvador son que empezó a celebrarse a finales del siglo II, en la zona de Alejandría, aunque no había una fecha fija, ni tampoco fue asumida por todas las iglesias cristianas. Pero aun así la celebración de la Natividad del Señor es una de las tradiciones más antiguas de la iglesia cristiana, celebrada mucho tiempo antes de que la iglesia católica se convirtiese en la entidad predominante establecida desde Roma bajo el gobierno de un Papa con autoridad en las iglesias del orbe cristiano, que aunque fue un proceso paulatino de implantación, se suele concretar como asentado durante el ‘pontificado’ de Gregorio I, en el siglo VI.

     La celebración de la Natividad de Cristo gustó a los cristianos de los primeros siglos, pero entonces empezó la discusión que duró años (se ve que discutir por todo es algo que nos va mucho a los cristianos), sobre cuando debía celebrarse. Como no había información de la fecha de su nacimiento y por lo tanto la dedicación de un día concreto, tras mucha discusión, se fue paulatinamente aceptando celebrarla junto con otra fiesta que se implantó antes: la de la “Epifanía” (es decir de la manifestación pública del Verbo) que conmemoraba tanto la visita de los magos de oriente como el bautismo de Jesús, y que se celebraba el 6 de enero. (Esta fecha la siguen conservando para celebrar la Navidad en las iglesias ortodoxas y coptas).

    Los cristianos de aquellos tiempos celebraban la mayoría de sus fiestas en los mismos días festivos que el imperio romano tenía, y por lo tanto, si bien la festividad del día procedía de la tradición pagana, a la mayoría de los creyentes, salvo en el asunto de la celebración de la ‘pascua’, ese asunto no les importaba, porque se trataba del ‘qué’ se celebra, no del ‘cuando’. Así que si los paganos hacían fiesta en un día determinado y no trabajaban, los cristianos aprovechaban ese mismo día para congregarse y hacer sus propias fiestas (como hacemos nosotros hoy en día en muchos países).

     Fue en el siglo IV, cuando en las iglesias cristianas de occidente empezaron a celebrar separadamente la Natividad del Señor en un día en que los paganos celebraban el solsticio de invierno, el 25 de diciembre. Y desde entonces se mantiene en occidente el 25 de diciembre, mientras que en el oriente del imperio romano, donde la iglesia ortodoxa tenía su influencia, y en las iglesias coptas, siguieron con el 6 de enero.

     Cuando se produjo la Reforma Protestante en el siglo XVI hubo, como no, una fuerte discusión sobre la celebración de las fiestas ‘religiosas’. Unos se dedicaron a calificarlas de papistas, y decir que debían ser eliminadas, pero otros decidieron eliminar solo aquellas fiestas católicas que respondían a eventos contrarios a la doctrina, por lo que siguieron celebrando la Navidad y la Semana de Pasión ó Semana Santa. Otros tres siglos de discusiones. Por un lado los puritanos prohibiendo y por otro la mayoría de los reformados aceptando.


     Pero el quid de la cuestión no consiste en si celebrar ó no la Navidad, sino en la ‘libertad cristiana’, que es la base del evangelio (St. 1:25; 2:12; 1Cor. 7:23). San Pablo escribió en Col. 3:16 que no debemos permitir que nadie nos condene porque guardemos los días de fiesta que nos vengan en gana. Y en Romanos 14:6-13 lo explica diciendo que el que hace caso del día, lo hace para el Señor; y el que no hace caso del día, para el Señor no lo hace. Y concluye con la defensa de la misma libertad, y dar únicamente cuenta a Dios, al afirmar: De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí.

     En cuanto a la historia de la incorporación del árbol de Navidad a la tradición evangélica procede según la tradición de las iglesias evangélicas alemanas de una experiencia personal de Lutero en 1536 y no de copiar tradiciones paganas.

     De todas formas por más que se diga que el árbol no se pone en Navidad como objeto de adoración, ni tiene mayor efecto que un adorno, los testigos de Jehová y otros contenciosos, seguirán afirmando que se adora a un árbol, como lo hacen los paganos.

   Pero si nosotros no pudiésemos usar cosas en nuestra vida que usan los paganos, no podríamos ni siquiera vivir
. Si los paganos comen con la boca, nosotros podemos ser acusados de comer como los paganos, así que deberíamos dejar de comer. Si los paganos se visten con ropas, nosotros no deberíamos hacerlo para no hacer lo mismo. En fin, que el asunto no tiene solución para el que no se atiene a razones, y todo se vuelve al mismo punto: el de la libertad cristiana. Así que yo hago siempre una defensa de mi irrenunciable libertad en Cristo, teniendo en cuenta que un día compareceré ante su Tribunal y él me juzgará por lo que haya hecho estando en el cuerpo, pero teniendo en cuenta algo que está fuera del alcance de los hombres que critican, y son las ‘intenciones de mi corazón’ (1Cor. 4:3-5), mientras que los críticos solo pueden hacerlo con las apariencias.

Y para concluir, no voy a dejar de mencionar otro principio claramente expuesto por el apóstol Pablo: ‘todas las cosas son puras para los puros, pero para los corrompidos e incrédulos nada les es puro; pues hasta su mente y su conciencia están corrompidas (Tit. 1:15). Y también lo que escribe en Rom. 14:14: Yo sé, y confío en el Señor Jesús, que nada es inmundo en sí mismo; mas para el que piensa que algo es inmundo, para él lo es.

     Así que yo sé sin lugar a dudas que para mí no es pecado actuando con sana conciencia y con la voluntad de glorificar a Dios, de anunciar su nombre y su obra de amor por la humanidad. Pero para aquellos que piensan que tal cosa es pecado, si lo celebran, desde luego para ellos lo es.

¿Se debe celebrar la Navidad en Navidad?

¿Se debe celebrar la Navidad en Navidad?

22 - Diciembre - 2010


     Dicen que una de las mejores definiciones de un tonto ó de un necio, si se prefiere este apelativo más común en nuestras versiones bíblicas, es el de “uno al que le señalas la luna con el dedo, y se queda mirando al dedo y no la luna”. Y aquí ya podría dar por terminado mi artículo que estoy seguro que todos los lectores de nuestra web, que son gente inteligente, con esta breve indicación les bastaría para zanjar la cuestión. Pero como basta con echar un vistazo a este asunto a lo largo de los siglos de la historia cristiana para que se demuestre que igual que “no es de todos la fe” (2ª Tesalonicenses 3:2), tampoco es todos la sabiduría y la inteligencia espiritual (Colosenses 1:9).

     Durante un buen número de siglos, y en casi todas las corrientes del entorno cristiano, el número y la calidad de los que en esta cuestión y otras semejantes se han quedado mirando al dedo, es decir, que encallaron en cuestiones de fechas, en lugar de mirar a lo que las fechas apuntaban es para record Guinness. A muchos les alcanzó el día cuando ya no había luna que mirar, pero ellos seguían erre que erre empeñados en la cuestión del dedo, y buscando a otros para disputar y enzarzarse con ellos sobre si el más apropiado para señalar a la luna era el índice ó el meñique.

     Jesús ordenó a sus discípulos que fuesen testigos de su mensaje y obra hasta el fin de la tierra (Hechos 1:8). Es decir para declarar y anunciar que el Hijo de Dios, el Verbo, en un momento de la historia se había manifestado en carne (Juan 1:14), naciendo de mujer (Gálatas 4:4), para salvar a los pecadores (1ª Timoteo 1:15), como una expresión sublime del amor de Dios hacia los hombres que consistió en que su único Hijo derramase su sangre en rescate de muchos (Hebreos 11:35); de todos aquellos que se arrepienten de sus vanos caminos, que son justificados y reconciliados con Dios, por medio de la fe en Jesucristo, y en su obra redentora (Romanos 5:1). En este testimonio y mensaje se resume el ministerio de la reconciliación, también llamado del evangelio de la gracia de Dios.

     El Señor estableció que para el propósito de recordar su manifestación en carne y sacrificio, sus seguidores, aquellos que habían creído en él y en su mensaje, debían reunirse tantas veces como pudiesen para un sencillo acto de comunión y recuerdo, en el que compartieran una pieza de pan y un poco de vino. Con este singular acto compendiaba el anuncio de su muerte y resurrección, y a la vez que Dios ofrece al hombre un nuevo pacto establecido sobre la sangre de Jesucristo que fue derramada en la cruz (1ª Corintios 11:24-26).

     Ahora bien, sin dejar de celebrar ni en menoscabo de este explícito mandamiento destinado a ser llevado a cabo por los creyentes en forma comunitaria, los apóstoles y primeros seguidores de Jesús también empleaban otros recursos para el propósito de acercar el mensaje a todos los hombres. Discursos públicos (Hechos 2:14; 17:22), entrevistas personales (Hechos 8:27-39; 16:30,31), declaraciones judiciales (Hechos 25:23 y siguientes), en las casas (Hechos 2:46), en la calle, en cárceles (Hechos 16:25), en escuelas (Hechos 19:9) en el Templo (Hechos 5:42), en sinagogas judías (Hechos 13:5) ó en templos paganos (Hechos 17:23), en sábado (Hechos 17:2), en domingo (Hechos 20:7), en cualquier otro día (Hechos 19:9), de día ó de noche (Hechos 20:7), con cánticos (Hechos 16:25) ó con discursos, el evangelio se predicaba y extendía por todos los pueblos y ciudades con multiforme expresión y presentación. En divulgarlo y alcanzar a las personas para el Reino de Dios consistía y consiste el meollo de la cuestión. De la misma manera que Dios habló a los hombres por medio de profetas de distintas formas (Hebreos 1:1), y ahora nos confió a nosotros (2ª Corintios 5:19) esa responsabilidad, no estableció un estricto manual de operaciones que deba ser seguido al pié de la letra en cuanto a formas, porque el propósito es que dentro de la dignidad y reverencia que tanto Dios como el mensaje merecen, tratemos de ser colaboradores en la consecución de Su voluntad, en cuanto a que no quiere que nadie se pierda, sino que todos procedan al arrepentimiento (2ª Pedro 3:9).

     Ahora volvamos a la cuestión de la celebración de la Navidad. Es decir, de una fiesta que conmemora y proclama que Cristo Jesús vino a este mundo en carne y sangre - lo cual es una de las verdades esenciales del mensaje del evangelio. Y celebrar esta verdad una vez al año haciendo una fiesta en la que sus principales características sean hablar del regalo que Dios hizo a los hombres recordando los episodios más significativos del evento con el objeto de divulgar el relato del prodigio de Dios según lo hemos recibido de los evangelistas. Sentir y compartir este recuerdo con alegría en los corazones, con sentimientos de paz y buena voluntad, alabando a Dios y proclamando el evangelio, solo puede molestar a quienes no creen, a quienes solo buscan contiendas por cualquier razón ó a quienes siguen a sectas que quieren buscar elementos diferentes de la virtud para distinguirse.

     En España hay un buen número de enemigos de la cruz de Cristo en la sociedad con influencia en la política y en muchos departamentos de las administraciones del Estado deseando erradicar la Navidad. Con la excusa de un falso laicismo (que en el orden correcto significaría neutralidad) no pueden ocultar que lo que realmente les molesta es la fe cristiana y Jesucristo, así como todo lo que tiene que ver con él. Hoy en muchos lugares de este país, incluso en colegios e institutos, personas con estas intenciones se oponen a la celebración de la Navidad, a la vez que promueven sin el menor reparo fiestas paganas como el Halloween ó el Carnaval, o fiestas religiosas como el Ramadán islámico, con el propósito de molestar y provocar a los cristianos. Y es una pena que en ocasiones cuenten para sus fines con la complicidad de algunos cristianos despistados.

     Ahora, para aquellos que se han quedado mirando al dedo, voy a dedicar unas líneas también a sus peregrinos argumentos:

     1.- “Jesús no nació el 25 de Diciembre”.- Yo creo que esa es una información que debieran saber absolutamente todos los cristianos, ó bien poco saben del señor Jesucristo. La Navidad no es el “cumpleaños” de Jesús, sino la conmemoración de su nacimiento, para lo cual es tan válido ese día como otro cualquiera.

     2.- “En el 25 de Diciembre se celebraba una antigua fiesta pagana”.- Si no pudiésemos celebrar una fiesta los cristianos en un día en que los paganos celebraron fiestas ó cometieron maldades, no las celebraríamos nunca, pues desde que el pecado entró en el mundo ya no existió día alguno en que el pecado estuviera ausente, ni en el que los malos y paganos no celebrasen actos que ofenden a Dios.

     3.- “La Navidad tiene que ser todos los días”. - Muy bien, pues entonces justamente no se puede excluir el 25 de Diciembre como algunos pretenden.

      4.- “La fiesta de la Navidad es puro consumismo” (1).- Pero el consumismo es algo que está en el corazón de los consumidores. El consumo navideño solo es un pretexto. El “consumista”, malgasta en las rebajas de enero, de verano, de primavera, en fin de año, en carnaval, en vacaciones, sin que una fiesta ó una celebración como la Navidad sea más allá que una excusa más. Cualquier razón ó sinrazón le vale al consumista para consumir desaforadamente incluso más allá de su capacidad económica. ¿Alguien piensa que si no se celebrara la Navidad, las personas dejarían de consumir? Evidentemente no. Pero el creyente que tiene entre sus mandamientos el vivir y ser sobrio (1ª Tesalonicenses 5: 6-8), también tiene una oportunidad en estas fechas para convertirse en un referente de la ética cristiana, lo cual es otra forma de testimonio que conduce al mismo fin.

      5.- “Es que los cristianos decoran sus casas con símbolos paganos como los árboles de Navidad”.- Voy a introducir aquí un ejemplo comparativo con los alimentos. Los judíos se abstenían conforme a la ley mosáica de ciertos alimentos (no voy a entrar a profundizar en este tema) que sin embargo comían los paganos. Pues vino Jesús y en “su ley” “declaró limpios todos los alimentos” (Marcos 7:19), trasladando su efecto a la conciencia personal de cada uno (Romanos 14:14).

     Desde luego el que es débil y en su conciencia ve en el árbol de Navidad un elemento idolátrico, no lo debe poner. Pero los que somos maduros en el conocimiento de la voluntad de Dios debemos colaborar con paciencia para que los inmaduros adquieran la madurez: haciéndoles entender que si suprimiéramos de la vida de los creyentes todo lo que los paganos usan ó han usado, tendríamos que ser sacados de este mundo, cosa que no pidió nuestro Señor, sino solo que fuésemos apartados del mal (Juan 17:15).

     Y es que, claro, los paganos, por ejemplo, comen de todo, así que nosotros para no hacer lo mismo que hacen ellos, no podríamos comer de nada. Los paganos corren, así que nosotros tendríamos que estar sentados, pero como ellos se sientan, tendríamos que levantarnos; si ellos cantan, nosotros no cantamos; pero como los hay que también callan… y así entraríamos en un círculo esquizofrénico.


     El apóstol Pablo, quien tuvo que bregar continuamente contra los mal llamados legalistas, porque debieran ser llamados propiamente “fariseístas” (Mateo 23:24), que andaban de aquellas dale que dale con la cuestión de imponer normas y prohibir determinados alimentos a los cristianos, concluyó: 1ª Corintios 10:25,26 “De todo lo que se vende en la carnicería, comed, sin preguntar nada por motivos de conciencia; porque del Señor es la tierra y su plenitud”. 1ª Timoteo 4:4 “Porque todo lo que Dios creó es bueno, y nada es de desecharse, si se toma con acción de gracias”. Trasladada esta cuestión al árbol de Navidad, sepamos que es tan bueno y limpio para celebrar al Señor como cualquier otro adorno de propósito semejante, ó ¿acaso el Señor Jesús rechazó “a los que –a su paso- tendían sus mantos y cortaban ramas de los árboles y las tendían por el camino” (Marcos 11:9) por la razón de que lo mismo hacían los paganos con sus monarcas? ¿Es que a los que critican el árbol de Navidad no se les ocurre pensar que Jesús no tuvo reparo alguno en utilizar el vino, como símbolo de su sangre, a pesar de que el vino formaba parte desde bien antiguo de las celebraciones de los paganos a sus ídolos, y que hasta tenía su dios entre los griegos y los romanos, que era Baco, y sus fiestas eran llamadas Bacanales?

     Y es que, ya también San Pablo decía: Tito 1:15 “Todas las cosas son puras para los puros, mas para los corrompidos e incrédulos nada les es puro; pues hasta su mente y su conciencia están corrompidas”.

      (1) El tema del consumismo es mucho más complejo para ser despachado con una frase simplista. Por un lado existe un consumismo compulsivo, que es una enfermedad que nada tiene que ver con fiestas determinadas. Hay un consumismo de origen moral por el que las personas se llenan de cosas materiales, en un ciclo de permanente insatisfacción para escapar de los vacíos espirituales y existenciales en que viven. También hay un consumismo de productos inútiles, innecesarios y vanos, pero que es fruto de la vaciedad moral y de valores incapaces de discriminar lo bueno de lo malo, fomentado por técnicas comerciales insanas. Pero el consumismo es también el motor económico de una sociedad que produce bienes y servicios con los que se genera una actividad económica que proporciona los recursos para cubrir muchas atenciones de carácter social. Como se ve, esto tiene suficiente materia para un debate monográfico.

miércoles, 10 de julio de 2019

LA DESCONOCIDA REGLA DE LA HERMENÉUTICA BÌBLICA





    

     Hace muchos años que tuve una conversación que me rompió los esquemas con los que yo había estudiado y compartido el evangelio y las enseñanzas bíblicas toda mi vida hasta entonces. En un momento del debate, cuando yo apelé a los contenidos de la “sana doctrina”, mi interlocutor, un pastor con un reconocido curriculum en teología de un seminario americano prestigioso, con una sonrisa condescendiente, me dijo: “Pablo, la sana doctrina NO EXISTE. Existe la sana doctrina de las asambleas de hermanos, la de los bautistas, la de los pentecostales, presbiterianos, luteranos, calvinistas y hasta la de los católicos. Cada grupo cree que su doctrina es la sana, por eso la sigue, y vive la fe de acuerdo a los principios doctrinales en los que cree.”

     Aquello me sentó como un tiro. Toda mi vida creyendo y pensando en una sana doctrina OBJETIVA, (1Tim. 1:10; 2Tim. 4:3, Tito 2:1), afirmada en las Escrituras, revelada y preservada por el Espíritu Santo, y me acababan de arrojar a la cara lo que una 'realidad indiscutible' parece demostrar (si la tuviera que contemplar desde el entorno cristiano en que me ha tocado vivir, y reafirmarla con la historia de las diferentes ramas y denominaciones cristianas). Sentí que todas ellas en una Babel interminable junto sus particulares seminarios, sus biblias de estudio denominacionales, sus maestros, comentaristas bíblicos, autores, me recordaban un escenario en el que yo tenía que afiliarme a “una de las sanas doctrinas denominacionales”, y conformarme en ella, porque no había otra salida. La praxis del mundo cristiano en general y del protestante en particular declara que UNA SANA DOCTRINA OBJETIVA NO EXISTE, LA “SANA” DOCTRINA ES SUBJETIVA.

     Por supuesto que nunca he sido una persona que se rinda, ni siquiera ante la historia, ni por la realidad de los hechos. Yo sabía y sé en quien he creído, y sé que Dios no es la causa de la división, de la fragmentación, del enfrentamiento en ocasiones fratricida, a causa darnos una revelación subjetiva, manipulable, opinable, manejable al antojo de intereses diversos, y todo ello basado en partes de Su Palabra. De la misma forma que sé que Su Palabra es inerrante e inspirada y preservada. Como Dios de verdad, solo podía darnos una “palabra de verdad” (2Tim. 2:15; Rom. 15:8) una sana doctrina objetiva, firme y verdadera, una roca sostenible y perdurable sobre la que asentar nuestra fe, para resistir los embates del enemigo. Y que han sido los hombres los que han tratado de cambiar la verdad de Dios, en ocasiones torcida por indoctos e inconstantes, en otras intencionadamente por la operación errática de inicuos (2Ped. 3:16-17), en otras por los intereses avariciosos de falsos profetas y maestros  (2Ped. 2:1-3; Ef. 4:14), y en otras por operaciones satánicas de error (Mat. 24:5, 24). 

Por un tiempo estuve dándole vueltas a ésta cuestión. Si no podemos afirmar una sana doctrina objetiva, y la fuente es la verdad, algo está fallando necesariamente en la hermenéutica, que es el nombre que se le ha dado a la ciencia que estudia las reglas de interpretación.

No voy a decir que haya descubierto nada que no esté al alcance de cualquiera en las Sagradas Escrituras, pero debo confesar que en lo que había leído antes, nunca lo encontré expuesto de forma clara que hay una Regla Básica, yo creo que además es la primera y más importante  de la hermenéutica cristiana, y es la que establece que: cualquier enseñanza de Jesús es absolutamente dogmática y prevalente. No puede ser anulada, sustituida, cambiada, modificada, reducida, ampliada o ignorada, por lo escrito por ningún otro autor bíblicoSencillamente porque las enseñanzas de Jesús componen cada una de ellas, y en su conjunto, el contenido del evangelio de Jesucristo (Mt. 4:23; 9:35; Mr. 1:15; Lc. 4:43: 8:1, etc. etc.).

                                                Solo hay un evangelio, y es el de Jesucristo.

Jesús dijo en Jn. 8:3 “Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; 32 y conoceréis la verdad,  y la verdad os hará libres.” Y esos mismos contenidos y enseñanzas que Jesús pronunció en su mensaje desde el del principio, eran los mismos que los apóstoles tenían que vivir, enseñar y predicar (Mt. 28:20: “…enseñándoles que guarden TODAS LAS COSAS que os he mandado).

Hay pues un único evangelio, el de Jesús, y es el mismo evangelio que predicaban los apóstoles, incluido Pablo antes de escribir epístola alguna (Hch_15:35Y Pablo y Bernabé continuaron en Antioquía,  enseñando la palabra del Señor y anunciando el evangelio con otros muchos”.) Y es el mismo al que se refiere en  2Co_11:4  “Porque si viene alguno predicando a otro Jesús que el que os hemos predicado, o si recibís otro espíritu que el que habéis recibido, u otro evangelio que el que habéis aceptado, bien lo toleráis…) del que Pablo escribió: Gál 1:7-8 “No que haya otro, sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir EL EVANGELIO DE CRISTO. Más si AUN NOSOTROS, o UN ANGEL DEL CIELO,  os anunciare OTRO EVANGELIO DIFERENTE del que os hemos anunciado, SEA ANATEMA.”  Es decir, que Pablo viene a decir a los creyentes en Cristo que no se puede aceptar de nadie, NI DE EL MISMO (obviamente manipulando sus palabras o sus escritos), contenidos que cambien lo que Jesucristo enseñó.

Así que cualquier pasaje de la Sagrada Escritura que empleemos, ya sea del Antiguo como del Nuevo Testamento, se tiene que interpretar a la luz de cuanto Jesús enseñó y dijo, pero nunca al revés, como hacen muchos que tratan de interpretar las enseñanzas de Jesucristo a la luz de lo que han escrito los apóstoles o profetas.

     Cuando Jesús se transfiguró, aparecieron acompañándole Moisés y Elías. Pedro en un arrebato en el que no sabía lo que decía (Lc. 9:33), pretendió poner al mismo nivel (de enramada) a Jesús con aquellos dos relevantes personajes tan venerados por los judíos. “Pero entonces vino una voz del cielo que dijo: Este es mi Hijo amado; A ÉL OID”. (Lc. 9:35). Y automáticamente desaparecieron tanto Moisés como Elías. (Mar 9:8 Y luego, cuando miraron, no vieron más a nadie consigo, sino A JESÚS SOLO.)

Cuando el apóstol Pablo escribe (según las fuentes de los padres de la Iglesia) la epístola a los Hebreos, probablemente su última epístola canónica, ya había escrito otras antes, sin embargo la encabeza con un texto singular
: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo. No dice, en estos postreros días nos ha hablado por el Espíritu Santo, y a través de sus apóstoles, sino que la revelación de Dios concluye en el Hijo. Y es que del propio Espíritu, Jesús dice: Jn. 14:26 Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho. Jn 16:13 Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. 14 El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. 15 Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber.

Esta es, pues,  la primera regla de la hermenéutica, y que supedita a todo lo demás. LO QUE JESUS ENSEÑÓ ES INCONMOVIBLE, y no se puede traer ni de Pedro, ni de Pablo, ni de Juan, ni de Santiago, ni de los profetas, ni de la ley, ni juntos o por separado para cambiar ni una coma de todo aquello que él Señor enseñó y dijo. Y cuando aplicamos esa regla nos damos cuenta de que las diferencias teológicas proceden de traer en parte o en conjunto, textos de otros autores y saltarnos a la torera lo que Jesús declarara al respecto.
Hace unos pocos años, comentando con un hermano sobre una determinada doctrina en la que no concordábamos, hice pasar el filtro de esta primera regla hermenéutica, y su posición, muy apoyada por reputados comentaristas y teólogos, no pasaba el listón. Jesús había enseñado otra cosa diferente. El hermano me dijo que él no estaba de acuerdo con que aquellas cosas que no estaban claras o que tenían distintos puntos de vista se sometieran al juicio definitivo de las enseñanzas de Jesús. Sino que él practicaba la regla hermenéutica de que “lo oscuro ha de interpretarse a la luz de lo claro”.
A primera vista parece muy difícil rebatir intelectualmente algo como eso. Y, sin embargo, es uno de los más frágiles principios para la hermenéutica, y el que ha dado lugar a la mayor parte de las más variadas interpretaciones de la Biblia, incluso de las peores.
¿Dónde está el error (“lo oscuro ha de interpretarse a la luz de lo claro”)?, pues en que ese principio convierte una verdad objetiva en subjetiva. El que determina que cosa es oscura y que cosa es clara es cada persona, o cada teólogo, o cada denominación, no Dios. Ahí justamente está el problema de “una sana doctrina subjetiva”, que por supuesto no es la sana doctrina “objetiva” que tenemos en la Biblia.

Voy a ilustrar con unos ejemplos: para los Testigos de Jehová, que niegan la divinidad de Jesucristo, aquellos textos que sin género de dudas declaran que Jesús es Dios, son textos oscuros; mientras que los que parecen que lo ponen en duda, son los claros. Así que ellos y sus teólogos interpretarán los primeros a través del contenido de los segundos. De ahí sacan su “sana doctrina”. Los adventistas hacen lo mismo con “el sábado” o “con la necesidad de guardar la ley de Moisés”. Y lo mismo sucede con la mayoría de las denominaciones diferentes, incluidas las Asambleas de Hermanos en sus particularidades exegéticas.

     Si tuviera que poner una etiqueta de declaraciones doctrinales claras u oscuras por pasajes, desde luego en las enseñanzas de Jesús tendría pocas oscuras (a Jesús se le entiende muy bien en lo que enseña, y a veces él mismo interpreta para los discípulos, y por extensión para nosotros, las enseñanzas que estos no comprendían), mientras que el porcentaje sería diferente, por ejemplo, en las epístolas de Pablo. No es un prejuicio, sino la constatación de un hecho que hizo que el propio apóstol Pedro, que ya hemos citado antes, cuando declaraba:

2Pe 3:15 Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro amado hermano Pablo,  según la sabiduría que le ha sido dada,  os ha escrito, 16 casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas;  entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición. Es decir, que incluso para Pedro, escribiendo inspiradamente, las cosas difíciles de entender que contienen las epístolas de Pablo, cuando son mal entendidas o retorcidas de su significado verdadero,  pueden conducir incluso a la herejía de ignorantes (los que no saben) o inconstantes (los que leen y llegan a conclusiones precipitadas).

       Pero el propio Pablo aconseja a Timoteo no juntarse con  quienes no se sujetan a la infalibilidad de las palabras de Jesucristo (1Ti 6:3-5 Si alguno enseña otra cosa, y no se conforma a "las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo”, y a la doctrina que es conforme a la piedad…), porque apartarse de ellas es una fuente de delirios, disputas y hasta blasfemias y contiendas.

       Esto no es una cuestión de inspiración de mayor o menor grado. Toda la Escritura es inspirada. No está en disputa la autoridad de la fuente, sino a través de quien tengo que interpretar la revelación. Si la regla de interpretación es entender a Jesús a través de lo que dijo Moisés o Pablo, o al revés. Y yo he entendido y creído definitivamente que Jesús es quien tiene la última palabra, y la plena autoridad. Mat 28:18 Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Claramente él se puso por encima en ocasiones, como cuando dijo: Fue dicho, pero yo os digo… (Mt. 5:27-44). Es decir, dijera lo que dijera Moisés, por supuesto inspirado, y no hay error en el texto, lo que dice Jesús tiene la autoridad determinante. Y no se trata de que lo que dijera Moisés fuera deficiente, o careciese de la inspiración divina. Pero cuando Jesús habla, esto hay que hacer, y los contenidos apostólicos del Nuevo Testamento, como los proféticos del Antiguo tienen que armonizarse apuntando a la misma dirección, nunca al revés. Como muy acertadamente dijo Marcos Vidal en una prédica: "Sacas a Cristo del centro y tienes una secta cristiana. El cristianismo como movimiento con múltiples perspectivas, y todas tratan sobre algo de Cristo, pero desvían a Jesús del centro y enfocan en otras cosas como centro esencial. Ya sean normas, formas de vestir, cosas que comer o no comer, días de reposo, o hasta una ética social."

       Jesús mismo fue quien dio la explicación a los discípulos de Emaús de los textos del Antiguo Testamento, que sin duda ellos ya conocían, pero explicados por los rabinos, que hacían su hermenéutica tomando textos de un lado y de otro. Cuando tenemos en cuenta las enseñanzas de Jesús como pilar de la revelación, es maravilloso constatar que los apóstoles enseñaban exactamente lo mismo que Jesús, y no otra cosa diferente.

       Ahí radica la importancia del método hermenéutico. Cuando el método se basa en la subjetividad fallará más que una escopeta de feria, porque tienen el punto de mira desviado y el cañón torcido. Si además, en lugar de un cartucho pongo un chicle, es imposible dar en el blanco y cobrar una pieza. Y aún con el método adecuado es posible errar el blanco, porque aunque la escopeta esté perfectamente calibrada, las balas sean las correctas, el cazador tiene que alcanzar un grado de pericia para usarla acertadamente, y eso lleva tiempo, paciencia, dependencia y gracia de parte de Dios. Y a veces es necesario disparar errando, pero perseverar entrenando muchas veces hasta ir aproximando cada vez más el tiro.

        En otros temas doctrinales que publicaré en los próximos meses, veremos como pasar una doctrina por el filtro de la enseñanza de Jesús deja muy claro el resultado. Y por otra parte, veremos lo que algunos teólogos famosos decidieron hacer al ver que sus interpretaciones preconcebidas chocaban frontalmente contra lo que los evangelios recogen de las enseñanzas de Jesús, y como no podían ocultarlo, echaron a Jesús fuera de la Iglesia y lo confinaron junto con sus enseñanzas en el estadio del futuro reino milenial. Esto fue lo que hicieron los dispensacionalistas de la línea dura de Scofield y Lewis S. Chafer, como se puede leer en muchas de las notas de la Biblia de Estudio de Scofield, y la mayoría de los alumnos que salieron durante años y por todo el mundo formados en el Seminario Teológico de Dallas.